Reaccionar o actuar
Dos líneas en una historia que debió ser una, pero nunca fue. La segunda no fue la planeada, sino la obtenida luego de la autocensura por querer, en un arranque de locura, tocar temas más allá de mí.
Desde hace varios años ya, y producto de, creo yo, encontrarme la mayoría del día frente a una computadora y una libreta de notas, comencé cada vez más a escribir una suerte de diario. Estrictamente no es un diario, sino que más bien un espacio que tengo para descargar todos los pensamientos que me rondan, las tareas que debo hacer, lo que hice mal o bien, lo que me llamó la atención, entre muchas otras cosas.
Incluso cuando mi consistencia no es óptima, y hay días en los que no me tomo el tiempo para escribir, he podido llegar a constatar en primera persona el inmenso poder que tiene esta simple práctica. Cuando (d)escribo las situaciones en las que me encuentro, los planes y lo que debo hacer, comienzo inevitablemente a verlo todo, antes turbio, más claro.
Hay días en los que me siento y no tengo absolutamente nada con qué comenzar. Aquí lo que hago es describir un poco lo que hice el día anterior, y así, parece que por el impulso de no dejar en blanco la mayoría de las páginas de la libreta, termino escribiendo al menos una hoja.
Al plasmar sobre el papel todo este meollo, me fuerzo a pensar realmente sobre ello, porque de otra forma solo son pensamientos que pasan fugazmente, una y otra vez, sin nunca haberles dedicado 5 minutos de reflexión. Así evito que sigan martirizándome: a la hora del baño, cuando viajo, al acostarme; siempre al asecho de unos instantes de calma para recordarme que tengo que hacer esto o aquello, que tengo cierto problema que resolver, que tengo cierta tarea que hacer, que… que… que… que.
El hecho de escribirlos pareciera atraparlos, imposibilitándolos de regresar recurrentemente a mi cabeza y contaminarme la visión de lo que quiero hacer a futuro. Y más que atraparlos, construyo sobre ellos. En no pocas ocasiones los escribo, los analizo y concluyo lo que voy a hacer, pero aun así a la semana o dos vuelven. Es ahí cuando tengo la oportunidad de corregir el rumbo, de construir sobre lo que ya había pensado, y ver por qué la solución no funcionó.
La verdad sea dicha, la de dolores de cabeza que me ha ahorrado, y que le ahorraría a cualquiera, esta simple práctica de descargar todo lo que tengamos en la cabeza cada día en la mañana sobre un papel. Son los 15 minutos más importantes del día.
Sin embargo, atrapar pensamientos no es la única ventaja de realizar esta descarga, sino que también como resultado puedo capturar y organizar las tareas, y ponerles fecha y hora sabiendo que van a aparecer nuevamente justo cuando tenga que hacerlas; mirar en perspectiva situaciones que no deberían robarme atención y que en ocasiones lo hacen en demasía; reflexionar, en general, sobre la situación actual y poder planificar activamente lo que haré en el futuro, y más importante aún, con qué fin hacerlo.
De esta manera, poco a poco, se podría ir avanzando desde un estado reactivo a uno activo, el cual es, por cierto, bastante esquivo, y que más que escribir también lleva consigo un cambio total de esos estados mentales en que entramos automáticamente como respuesta a un estímulo externo. Por eso creo que todo este proceso no es para alcanzar el Nirvana, sino para tomar un poco más el control sobre lo que hacemos día a día, organizarnos mejor, trabajar en base a objetivos claros, y sobre todo acallar un poco las vocecitas en la cabeza 😈.
Al poder identificar lo que queremos hacer el mes que viene, o el año siguiente, y conocer el tiempo que tenemos disponible para trabajar hacia ello, podemos planificar las etapas y acciones claves que debemos realizar para lograr esos objetivos. De esta manera estamos actuando conscientemente y moviéndonos hacia lo que queremos, lo que es en extremo diferente a levantarnos cada día, ir al trabajo, y simplemente reaccionar a lo que suceda a nuestro alrededor. ¡Ah!, y por supuesto que los planes cambian cinco veces en una semana, pero así al menos vemos el por qué lo han hecho.
Vaya cantidad de bazofia todo eso. “¿A mí qué me cuentas?”, dirá alguno que otro que conozco por ahí. Y si, creo que si llegaste hasta aquí mereces una explicación.
El texto anterior constituye la primera parte de un escrito de dos que había comenzado a redactar hace algunas semanas, a raíz de las últimas protestas en la Isla. Con él pretendía establecer la diferencia entre Reaccionar y Actuar, para desde este punto partir y clasificar, describir e incluso hasta profetizar la situación política, económica y social de allí. ¡Qué osadía la mía de ser entrometido! ¡Cuánta soberbia pude haber desprendido!
Pero a medida que me adentraba en esa segunda parte del texto, más presión sentía sobre mí. Me imaginaba cómo podrían juzgarme por mis palabras tanto los de un lado como los del otro. Porque del análisis (si así se me le permite llamarlo) iban saliendo cosas que están mal en ambos bandos —por supuesto más de uno que del otro— y temía a cada palabra que por alguna casualidad de esta vida alguno de los dos decidiese usarme como escarmiento. Me vi clasificado con adjetivos de ominoso; me vi en repudiados memes de redes sociales; me vi en un show, donde se analizaban mis palabras; me vi primero investigado y después desacreditado —por aquella vez que intenté vengarme luego de una pelea de peleadores a los 12 años—; y por el otro bando me vi imposibilitado de viajar y ver a mi familia; sometido a interrogatorios y a rectificaciones públicas; con el honor de tener la atención personalizada de un agente del orden 24/7.
Y fue tanto el poder de la (¿auto?)censura que sentí, que no quise correr el mínimo riesgo de lanzarme contra la nada. Y fue ahí cuando la oí decirme “Nosotros no vamos a cambiar nada. No se habla de La Cosa.”, una vez más. Y fue ahí cuando lo oí decirme “Sal para la calle y verás como es el mismo pueblo el que te cae a palos” (creo que las únicas palabras, y la única vez, que jamás lo oí decir algo respecto al tema). Y fue ahí cuando decidí no escribir tanta catibía, porque el que no oye consejos no llega a viejo, pero también porque a buen entendedor con pocas palabras basta 😉.
Como siempre, para terminar, lo mejor del programa:
Allí es donde habita la calma, y los problemas se resuelven y no se crean, allí es donde más verde es mi palma, y libres así quiero que todos sean. Pero anchos vientres succionan la vida, de gente ya en los huesos, para pensar en el mañana no hay cabida, “Ecobio, ¿qué tienes ahí por un peso?”. Huir, en un desierto, de agua sería la fuente, pero tanto aquí como allá siempre hay un chulo, dice mi mamá que hay quien nace con una estrella en la frente, y otros con un guisaso en el culo. Así se explica la rima de mi abuela, cada vez que, inocente, me comenzaba a quejar: “Yo no quiero ir a la escuela”. “Hijo, deja que tengas que trabajar”.