Ojalá y los muertos salieran
No se trata de regresar en el tiempo, ni de decir adiós. Se trata de seguir adelante, pues cada suceso nos hace ser quienes somos. No hay acto que te desvíe de, al final, ser quien fuiste.
De joven él también tuvo gallos finos, aunque nunca los peleó, solo eran para vender a los galleros. Los tenía sueltos en el monte, en un lugar apartado alrededor de una guásima (si mal no recuerdo la historia). Ocasionalmente iba en su caballo con un jarro de maíz a mostrarles que no se había olvidado de ellos, y a colectar los pollones cuando estaban listos para la lidia (para que luego digan que los Juegos del Hambre son de Suzanne Collins). No sé mucho más de su juventud, a pesar de haber vivido 18 años con él.
Fue él quien me llevó en un inicio a ver a Ramoncito para pedir prestados un gallo y una gallina finos. El gallo se me murió inexplicablemente una semana después, y yo traicioné la filosofía de pura raza practicada por Ramoncito y su cría de gallos criollos, para comenzar a indagar en la cría de los asiles. A pesar de todo, él me siguió apoyando.
Claro está que, cuando me veía dándole vitaminas y sacando a coger sol a los gallos, se moría de la risa. Los animales se crían mejor sueltos en el monte comiendo bichos y hierbas —me decía riendo. Además, allí se aplica la ley del más fuerte y si bien no obtienes 15 gallos al año, obtienes dos o tres que sabes de calidad, ahorrándote mucho trabajo y decepciones. Sí, en muchas ocasiones de condescendiente no se le podía calificar.
Recuerdo que el jarro de 5 libras de maíz costaba 24 pesos en aquel entonces, y yo iba ahorrando los tres pesos que me daba a diario para comer algo en la escuela, sumándole alguno que otro que cogía de más de la tacita donde él ponía los pesos sueltos, para comprar un jarro de maíz semanalmente y poder alimentar mi cría.
Al entrar en el preuniversitario muchas cosas cambiaron, demasiadas. Nunca debí dejarlos solos. Aún recuerdo aquella vez que lloré como un niño (como lo que era) cuando, ya con su enfermedad avanzada, me dio lo que yo sabía que eran los últimos pesos que obtendría de su mano… seguían algunos otros, como siempre, en la tacita para que yo los pudiese coger cuando quisiera.
Recuerdo tantas cosas, tantas historias de su vida, todas contadas debajo de aquellas apacibles matas de mango que esparcían por igual sombra y santanicas a quienes bajo ellas buscaban refugio del calor. Las historias de las escuelas al campo, de las fiestas en la finca de Osmani, de cómo construyó nuestra casa, de cuando era profesor, de la ocasión que le robaron la chiva y llamándola por su nombre el animal salió del tropel para venir hacia él. En muchas otras ya estoy yo, como cuando enfermé de pequeño y no podía ver ni mis juguetes de la tristeza, o cuando con frecuencia me iba a buscar a la primaria porque enfermaba a la media hora de llegar.
Por supuesto que hoy miro para atrás y aquellos momentos me parecen la felicidad, recordarlos me saca siempre las lágrimas y me da las fuerzas necesarias para seguir, sabiendo que siempre el presente en el futuro será memorable. No quiero ser quien fui, como dice
, y mucho menos regresar, pues desde entonces he sumado memorias invaluables. Tampoco creo que le haya dicho adiós a ninguno de esos momentos que pasamos juntos, ni a ninguna de esas personas. Están siempre conmigo, y así será hasta que llegue mi turno, cada día más cercano, de coincidir con ellos en ese segundo y último punto del camino en que todas las vidas fatídicamente convergen.Haberlos tenido conmigo y recordarlos hoy es lo que me hace quien soy, lo que me hace diferente de cualquier otro ser que haya existido, y que existirá. Esto también me recuerda que dentro de algunos años, si no he sido yo quien reciba el celestial boleto, algunas de las personas que se encuentran hoy acompañándonos en la travesía no estarán mas que allí donde les recordemos. Y es precisamente por eso que debemos disfrutarlas en el ahora, admirando nuestro envejecimiento juntos cada día, identificando esa nueva cana, esa nueva arruga.
Quizás sea por eso que seguimos llevando flores los unos, comida los otros, o celebrando la fiesta de los muertos. Porque la solución nunca ha sido olvidar, sino recordar. Ojalá y los muertos salieran.
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